Siempre me ha maravillado la capacidad que tienen los olores para transportarnos a otros momentos o para evocar un sentimiento. Un gesto tan simple como el de apretar un dosificador de colonia basta para remover algo en nuestro interior.
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El olor cítrico del limón junto a toques de té verde acaba de llevarme veinte años atrás, a un pequeño loft en el centro de Huesca. Estaba allí de paso, para ir a una fiesta universitaria, y mi hermana me había prestado su piso. Salí de la ducha hacia su salón/cocina/dormitorio de suelos de madera, y algo oscuro, que me pareció tremendamente acogedor, y antes de vestirme me rocié con un agua de colonia para el cuerpo que tenía en una pequeña estantería pegada a la única ventana de la estancia. No lo había utilizado antes. No la conocía. Era una de las muchas cosas que ella descubría antes que yo.
Me encantó el olor y, más aún, la sintonía que había entre esa fragancia y el lugar en la que habitaba. Compré la botellita de fragancia de supermercado durante muchos años y la utilicé antes de irme a dormir. Me llevaba a aquel espacio cálido, familiar y afable que ella había creado. Me hacía sentir relajada. En paz.
Pero como pasa habitualmente, esa rutina de cremas y auto cuidado quedó relegada a un segundo plano cuando fui madre y la necesidad de no perder ni un minuto de sueño hizo que la última botella de spray para el cuerpo quedara olvidada en el armario con espejo del baño.
He vuelto a comprarla, quitado el tapón, (ahora negro porque el formato ha cambiado) y he pulverizado sobre mi cuello y mis brazos las minúsculas partículas que han ido saliendo al tiempo que presionaba. Despacio y sin apenas darme cuenta, esa sensación de bienestar que había olvidado ha vuelto a mí. Al igual que el apartamento de mi hermana en el centro de la capital Oscense. Al igual que la sonrisa bobalicona de hace veinte años.
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Si me preguntaran qué olor es capaz de evocar mi infancia sería el del gasoil. Sí. No es el del bizcocho de cumpleaños, ni el del cloro de la piscina ni el olor a mercromina. Es el del líquido que mantiene los radiadores calientes.
Hace poco volví a tener esa “fragancia” muy cerca de mí y lo primero que sentí fue nostalgia. Después, añoranza. Por último, gratitud.
Mi padre vestido con su bata marrón, cargado con dos garrafas llenas, de tapón rojo, cruzando el pasillo de casa camino al cuarto de la caldera. Su pie izquierdo subido a una banqueta; el derecho, mas elevado, en un pequeño saliente colocado en la pared para obtener la mejor posición. Sus brazos estirados, volcando con cuidado los litros de combustible en el bidón. El sonido de la tapa de hierro al posarse encima para dejarlo bien cerrado. El olor de ese líquido morado inundado toda la casa los inviernos de mi niñez.
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Hace más de medio año que ya no está, pero si entro en su casa sigue oliendo a ella. A soufflé, a patatas chapeu, a migas y croissant con mermelada. Volver duele, porque su particular fragancia me transporta a comidas en torno a una mesa redonda, a tardes de sábado prendiendo bengalas, a siestas en la cama más cómoda del mundo. A días felices que solo regresarán en mi memoria.
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Oigo como el café va saliendo por el filtro de la cafetera italiana. El líquido marrón burbujea y se acumula en la parte superior del pequeño electrodoméstico al mismo tiempo que la cocina se impregna de un aroma que me lleva a otros tiempos. Esos en lo que lo peor del día era una tarde de lluvia; en los que el sonido de la radio retumbaba en la cocina. Años en los que tres generaciones comían juntas los domingos. Tiempos fáciles. Tiempos felices.
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Comentarios
Hola Gloria tu relato me hizo pensar en el olor de mi papá, y recordar cuál era ese olor que lo identificaba. También perdí a mi papá y cuando estás lejos de casa, es difícil conseguirte en recuerdos. Muy lindo tu relato y es verdad el olfato, tiene una super conexión con el cerebro al punto que tengo entendido que podemos guardar millones de olores y con solo pensar en ellos nos evoca un recuerdo.
¡Pero qué hermoso relato, Gloria! Me has hecho pensar en tantas tardes de lluvia, en tantos atardeceres, en tantas salidas por la tarde a patinar. Leyendo tus recuerdos también volvieron los míos, y me hace pensar en la importancia que tienen los olores en nuestras vidas. Tan importantes son, que criaturas nostálgicas como yo, guardan frascos de perfumes por años con la única finalidad de viajar en el tiempo. Tú lo entiendes. Los aromas son parte de la vida, y me gusta verlos como pequeñas cápsulas de tiempo.