Las incomodidades
He vuelto a descubrir, esta primavera, lo que provoca y produce en el cuerpo el montar en bicicleta. Los pies en los pedales marcan el ritmo y la velocidad del tramo a recorrer; el cuerpo encorvado, con los brazos estirados, te pone en posición de carrera y te da poder; las manos siempre preparadas para alcanzar las manillas de los frenos y los puños para el cambio de marchas. La velocidad entre los caminos hace que la mínima brisa que corre por las mañanas se convierta en una aire purificador que golpea la cara y oxigena todo el cuerpo. La sensación de bienestar es inconfundible y puede que ningún otro medio de transporte infunda en tu alma semejante sensación. Sin embargo, todo ese placer se nubla cuando, al cabo de varios kilómetros, tu culo empieza a quejarse. Da igual que tengas buena masa de grasa que amortigüe baches, piedras o cambios de rasante; no importa que estés en forma y el trasero esté duro y tonificado. El sillín de la bicicleta siempre ha sido una jodienda en la experiencia de montar en montainbike. La poco ergonómico de su forma impide, en muchos casos, disfrutar de todo lo anteriormente citado. Quizá, si lo sustituyeran por un asiento blandito, redondeado y mullido, la experiencia de practicar este deporte pasaría a la categoría de los más placenteros. En el exterior y en posición sentado.