He vuelto a descubrir, esta primavera, lo que provoca y produce en el cuerpo el montar en bicicleta. Los pies en los pedales marcan el ritmo y la velocidad del tramo a recorrer; el cuerpo encorvado, con los brazos estirados, te pone en posición de carrera y te da poder; las manos siempre preparadas para alcanzar las manillas de los frenos y los puños para el cambio de marchas. La velocidad entre los caminos hace que la mínima brisa que corre por las mañanas se convierta en una aire purificador que golpea la cara y oxigena todo el cuerpo. La sensación de bienestar es inconfundible y puede que ningún otro medio de transporte infunda en tu alma semejante sensación. Sin embargo, todo ese placer se nubla cuando, al cabo de varios kilómetros, tu culo empieza a quejarse. Da igual que tengas buena masa de grasa que amortigüe baches, piedras o cambios de rasante; no importa que estés en forma y el trasero esté duro y tonificado. El sillín de la bicicleta siempre ha sido una jodienda en la experiencia de montar en montainbike. La poco ergonómico de su forma impide, en muchos casos, disfrutar de todo lo anteriormente citado. Quizá, si lo sustituyeran por un asiento blandito, redondeado y mullido, la experiencia de practicar este deporte pasaría a la categoría de los más placenteros. En el exterior y en posición sentado.
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Vivimos en un país que, por suerte, no tiene vetada la libertad de expresión, obra y pensamiento. Y resulta que esto es una avance que todos valoramos tanto que, a veces, causa incomodidad. Me refiero a momentos en lo que debemos aguantar o soportar comentarios que, pese a los avances de la sociedad, siguen resultando machistas, retrógados e incluso, ofensivos. La incomodidad aparece cuando no sabes qué contestar a ese comentario feo, hiriente, que se lanza al vuelo en medio de una carcajada; cuando descubres que el egocentrismo que caracteriza a ciertas personas aparece en su máximo esplendor ; cuando tu cordura y valores te obligan a levantarte de la mesa, acercarte a la barra a pedir otro café y desear que la camarera tarde tanto que la conversación haya tomado otros derroteros.
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La vida en el campo, en contacto con la naturaleza, es una de las cosas mas preciadas para aquellos que soportamos las miles de incomodidades que la ciudad nos presenta día a día. En el campo todo es paz, silencio y el biorritmo natural desciende considerablemente. El grounding , o arte de caminar por la hierba, arena, tierra, se ha puesto bastante de moda entre los naturalista, habiendo estudios que demuestran que se genera una especie de traspaso de energía entre el cuerpo humano y la Tierra muy beneficiosa para la salud. Ahora bien, no encuentro cosa más molesta para nuestros preciados pies, que soportan la carga de nuestros kilos de más, caminatas y zapatillas apretadas, que pisar por césped seco o por los guijarros del río. La sensación de estar al aire libre, con el sonido de los árboles meciéndote en cada actividad que haces es lo mejor que tiene el alejarse de los altos edificios de la urbe, pero mejor con unas botas tipo Chiruca o unas buenas cangrejeras.
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Se acaba de posar una mariposa a pocos centímetros de mis manos y el ordenador. Trabajar, leer, escribir o comer al aire libre es algo que valoro mucho en vacaciones, sobre todo porque estoy en un entorno en el que no superamos los 28 grados a medio día, los días que hace mucho calor. Estar aquí, ahora, me permite disfrutar de que un lepidóptero con alas naranjas y manchas negras venga a visitarme sin más intención que dejar que su aleteo suave me maraville.
La preciosidad del momento vivido se estropea cuando una avispa hace su aparición en cuanto mi hijo decide comerse un yogurt azucarado a mi vera. Lo ha destapado, ha sumergido la cuchara morada de plástico en su interior y chas, por arte de magia, nuestra amiga de cuerpo alargado, patas largas y colores amarillos ha hecho su aparición. La actividad en la mesa se ha parado. Él ha dejado de comer su yogur a gusto; la conversación telefónica que mantenía mi marido se ha vuelto torpe por los varios aspavientos realizados con la mano libre y yo he dejado de pensar en lo incómodo de bañarse en el río sin unos buenos escarpines para reflexionar en lo apropiado o no que ha sido la aparición de ese insecto en este momento.
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Un verano con niños es sinónimo de calor y piscina. No hay otro lugar, a las cinco de la tarde, donde padres e hijos puedan estar "mejor", o convivir, digamos, de forma distendida. Ellos se divierten, se cansan, hacen amigos y, con un poco de suerte, los progenitores podemos leer, tumbarnos en la toalla o, simplemente, hacer nada. Las incomodidades varias aparecen cuando, sin ninguna intención de zambullirte en la piscina, te sientas en el bordillo a supervisar las acciones algo peligrosas de tu hijo pequeño y una manada de adolescentes decide que, el metro quince de la piscina, es el mejor sitio en el que ponerse a hacer una competición de saltos a cual más variopinto. La intención de tomar el sol sin que una gota de agua alcance tu cuerpo queda empapada, al igual que las gafas de sol, que se ven salpicadas por los splash de los niños y que no dejan ni ver ni concentrarse, en absoluto, en el rato que tu pequeño lleva aguanto la respiración debajo del agua.
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Acabas por sucumbir a la idea de que te vas a bañar. Bien porque los adolescentes ya te han aclimatado, bien porque tus hijos insisten en que lo hagas. Ok. Al agua. La sensación es placentera. Ese flotar y moverse por un medio en el que no solemos manejarnos, provoca en nosotros armonía, tranquilidad. Al final, el hecho de disfrutar de un baño, nunca es mala opción. Dentro del agua ocurre algo parecido a cuando estas esquiando: se está tan pendiente de los giros, la inclinación de la montaña, la posición de piernas y bastones, que no da lugar a elucubrar sobre nada más. Sólo queda dejarse llevar. Desconexión.
La molestia viene cuando te das cuenta de que como tu intención no era bañarte, la ropa de cambio se ha quedado en el cesto de la ropa sucia esperando la lavadora de media noche. Lo de ponerse el vestido piscinero encima del bikini empapado no es nada cómodo. Mucho menos si la parte de arriba de tu traje de baño tiene una especie de push up que absorbe el agua cual esponja de bañera, y chorrea de la misma manera. Pedir una coca- cola en esas condiciones, además de la sensación de humedad por todo el cuerpo, puede que sea de las situaciones mas incómodas socialmente reconocidas.
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