I´M SORRY . Relato

Publicado el 25 de febrero de 2024, 23:36

El sol se iba poniendo, empezando a desaparecer en el horizonte detrás del mar en calma.

La brisa de aquel día, escasa, hacía que la humedad a última hora de la tarde siguiera provocando que las ropas se pegaran al cuerpo cual molusco a las rocas.

Pero el paseo por allí siempre era agradable. El blanco de la barandilla que separaba la bajada a la arena, junto con los adoquines brillantes por la acción de la sal, siempre le proporcionaba una sensación de paz equiparable a una noche de tormenta con el sonido de la lluvia golpeando las ventanas.

Caminaban en familia y con amigos. Ellos, unos pasos por delante de las mujeres; ellas, en el medio del pelotón; los niños, detrás,  más lentos, entre bromas, rabietas y cansancio.

La charla con su amiga la evadía de lo que tenía a su alrededor. Hacía mucho que no se veían y la necesidad de compartir confidencias o de desahogo, la mantenía desconectada y concentrada en la conversación. Quedaban varios metros para llegar al faro, punto en el que se despedirían y cada una tomaría su camino, cuando sitió una punzada que la inquietó. Frenó y dio media vuelta. Barrió con sus ojos a los pequeños, contó mentalmente y entonces lo entendió. Faltaba una. La más pequeña.

Miraron hacia los jardines de la izquierda y se asomaron a la playa. Nada.

Ella desanduvo sus pasos rápida, agitada. La llamó sin mucho éxito, pues la voz se le quebraba al igual que lo hacía cuando, en sueños, intentaba gritar un sentimiento. Miles de posibilidades se agolpaban en su cabeza. Ninguna era buena.

Tras caminar lo que a ella le pareció una eternidad, les dio alcance. La encontró en los brazos de un extraño. Un hombre alto, pelirrojo, fornido, y con los brazos tostados por la acción del sol.  Un extranjero, pensó. Vio en la distancia que le hablaba, le acariciaba la media melena todavía mojada, y que, caminado en dirección contraria, se la llevaba.

Lo detuvo, increpándolo con mesura, pues no sabía cómo iba a reaccionar. Tenía miedo de que le hiciera daño a la niña; que saliera corriendo y no poder alcanzarlo; de que se la arrebatara. 

Se plantó frente a ellos. La niña le ofrecía los brazos en medio de un sollozo, pero no la alcanzaba. ¿Qué está haciendo? Deme a mi hija, por favor. Sin soltar a la pequeña y en un español bastante deficiente, el desconocido habló con calma. La niña se parecía a su hija perdida. Únicamente, quería volver a abrazarla. El desconcierto fue como un bofetón. La estampa, aún más dolorosa. Por ella, por la niña y por el extraño.

Tras unos segundos de silencio y confusión, donde ella solo percibía el sonido del mar rompiendo contra la costa, el extraño estrechó a la pequeña entre sus brazos, fuerte, hundiendo su nariz en el pelo de la pequeña. Después, se separó de ella para bajarla al suelo, con cuidado,  demostrando que sabía cómo hacerlo.  Las miró a las dos y, antes de darse la vuelta y dejarlas atrás,  les susurró un tímido I’m sorry.

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